" ¡Si uno conociera lo que tiene, con tanta claridad como conoce lo que le falta!." (Mario Benedetti)
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sábado, 20 de diciembre de 2014

PRADA Y LA LUNA



Cuentos de Navidad

PRADA Y LA LUNA 

Ribera del fresno, Badajoz, 24 de diciembre de 2012.
Serena, la galga blanca de  la reala de Estrella de los Montes, se ha puesto de parto. Solo la oscuridad y el silencio, roto por los leves quejidos de su dolor, la acompañan. Alcanza a ver los ojos brillantes de sus compañeros que descansan en el cuarto contiguo a través de los huecos de los maderos que hacen de pared.
Nadie alivia su dolor, otra vez parirá sola; hace tres días que su dueño el galguero Evaristo pasó por allí la última vez, aún hay comida y agua por lo que tardará en volver.
Comienzan a nacer uno tras otro, en intervalos cortos de tiempo: lavarlos, limpiarlos, arroparlos y ayudarles a llegar a los crecientes pechos que proporcionarán la garantía de vida.
Todo ello, sola;  en una armónica coreografía sincronizada,  que reparte por igual el poquito calor que es capaz de generar y retener en aquel cubículo inhóspito…
El invierno se ha vestido de amenazadora brisa, brisa congelada, golpeando sin piedad esos inocentes cuerpecillos, calentitos y diminutos. Tan, tan diminutos…!  
Serena respira profundo intentando relajar su preocupación: sabe que no todos lo conseguirán, el suelo es demasiado duro, húmedo y frío. Al amanecer todos los cachorros, nueve, ya han nacido. Extenuada, dolorida y con infinito pesar, Serena va apartando a los que no se mueven, sus cuerpos fríos yacen en el escaso manto de paja… Ya nada puede hacer por ellos, a pesar de intentarlo todo, esta vez la naturaleza no ha sido benevolente. Solo dos han logrado sobrevivir.
Se consuela pensando que, al menos, verá crecer a  dos de sus cachorros y en un intento de sobreponerse a  la tragedia, ella misma les da nombre: La delicada hembra color galleta maría, la cuarta en nacer, se llamará Prada. Su hermano el primero en venir al mundo,  el más grandote, sabe que será un galgo elegante, barcino ceniza y plata, se llamará Martín.

Evaristo no está contento, no tendrá la oportunidad de elegir el mejor ejemplar y Serena pide en silencio al dios de los galgos que sus mellizos crezcan fuertes y sanos, sabe que solo así serán buenos cazadores y tendrán la oportunidad de quedarse allí. Había visto a muchos de sus hijos partir nada más nacer, a otros los había criado y a los pocos meses también se los habían llevado, era consciente que allí solo permanecían los que consideraban verdaderos atletas ganadores.
Esta vez Serena tenía la suerte de su lado, el galguero había decidido que Prada y Martín se quedarían, formarían parte de su reala y los entrenaría para ser los mejores; esa galga siempre le había dado algún campeón y pensó que éstos no iban a ser menos

Los primeros meses no fueron fáciles; a mamá Serena y sus compañeros se los llevaban todas las tardes atados a un land-rover y tardaban mucho  en volver. Prada y Martín jugaban felices en su ignorancia esperando la vuelta de la manada. Era lo mejor del día, pues con la caída del sol también llegaba la comida y el agua fresca. Ajenos a su destino aprendieron a escuchar a lo lejos el sonido de las piedras en el camino que indicaba que el coche se acercaba, así Prada y Martín corrían hacia la valla, donde estaba la puerta para ver como llegaban los galgos.
Ese día, ya era abril, el coche venia más despacio que de costumbre y  mami Serena no iba atada junto a los demás. Evaristo y su ayudante Ramón, la bajaron en brazos del maletero. No se movía. Oían hablar a los hombres sin entender…, decían que le había dado un “desmayo” por el “esfuerzo”, que ya estaba “vieja” y que probablemente su “corazón” se había roto…
La colocaron en el suelo del chenil y se marcharon sin más. Prada y Martín intentaron reanimarla, le lamieron las orejas, su morrito frío y se acurrucaron junto a ella para darle calor. Escuchando a ritmo lento la última nana de su delicado corazón, se quedaron dormidos.
Poco tiempo pasó cuando se abrió de nuevo la cancilla y  un señor con maletín entró y los apartó de su lado. Mami ya no estaba calentita; no se movía; el señor sacó una bolsa negra y metió a Serena. Evaristo la cargó en brazos y se la llevó al coche. Prada comprendió que mami ya no volvería nunca más, recordó las historias que les contaba antes de dormir, de los galgos libres que corrían al otro lado del arcoíris..., tantas veces les había hablado de sus abuelos y de todos los hermanos galgos que velaban por ellos desde el cielo de los perros.
Martín aulló y lloró desconsoladamente durante días, Prada no encontraba las señales de consuelo para hacerle entender a su hermano que, Serena, nunca volvería; pero que allá donde estaba les esperaría siendo feliz y libre.

Pronto llegó el verano y con él cumplían seis meses, Evaristo decidió que ya era hora de que la disciplina de los atletas entrara de lleno en sus vidas pues hasta entonces iban a correr y perseguir aquellos pellejos que el galguero colgaba de una cuerda atada a la moto, el juego era muy divertido menos cuando Ramón el ayudante se enfadaba porque como buenos cachorros se distraían, entonces les gritaba y si se habían portado muy mal les enseñaba la vara. Ese señor no era nada amable, tenía la voz  áspera y desagradable, de las que solo parecen servir para dar órdenes.
Así, comenzaron a salir, atados al Land-Rover con el resto de la manada, tenían que estar fuertes y bien templados para después de verano. Solo oían hablar de cómo iban a comenzar la temporada de caza en octubre. Con un duro entrenamiento en un calor espantoso pasaron la temporada estival, apenas si tenían tiempo para jugar, cada día era la misma rutina y cuando regresaban estaban tan cansados que no podían mantener los ojos abiertos, ni para mirar las estrellas.
Llegó el día de la primera carrera. Muy temprano aparecieron los dos hombres ataviados con su traje de camuflaje. Evaristo entró en el chenil a la vez que decía, - hoy comenzáis vosotros. Era la prueba de fuego, les colocó las traíllas y los metió en un remolque donde apenas podían ponerse en pie. Martín casi se mareaba mientras con los baches del camino se golpeaba la cabeza con el techo. Prada siempre había sido más lista y comprendió rápido que tenía que quedarse tumbada o cuando llegara al campo estaría tan desorientada que daría vueltas sobre ella misma. Estaban nerviosos y ansiosos les habían enseñado que aquello era lo más grande, era su trabajo por lo que los alimentaban cada día, el orgullo de su raza y la hombría de su galguero dependía de lo que hicieran ellos dos. No podían defraudarle o tendría malas consecuencias.

Martín era grande y potente pero a pesar del intenso entrenamiento no arqueaba demasiado bien la espalda en la carrera, era rápido pero algo desgarbado. Prada por el contrario había heredado la genética de Serena y su carrera era la de una gacela, rápida y elegante.

Salen a campo abierto y llega su primera suelta, Prada arranca como una exhalación, veloz como un guepardo, Martín le sigue de cerca, su desgarbada manera de moverse le puede jugar una mala pasada. A Martín le gusta correr pero no es codicioso, las liebres nunca le han interesado demasiado; este pensamiento le despista y hace disminuir un segundo su velocidad.
- Corre Martin,- grita Prada, -tienes que correr. Prada también había estado muy atenta cuando mamá Serena les enseñaba qué pasaba con los galgos que no corren. - Tienes que correr, gritaba una y otra vez. Pero a Martín no le interesaba seguir corriendo,  un minuto y medio fue suficiente para dejar de resultarle divertido así que se paró en seco observando como la liebre les ganaba la carrera mientras Prada seguía intentándolo por los dos.
Cuando el galguero les llamó, un estremecedor sentimiento de angustia invadió a Prada, miraba a Martín, quien parecía no ser consciente de la situación. Volvieron al coche en silencio mientras Evaristo no dejaba de dar voces propinándoles insultos de todo tipo. Del pescuezo los subió al remolque y antes de cerrar la puerta se dirigió a Martín y le gritó:
 - Tú,  galgo vago!  No volverás a dejarme en vergüenza nunca más, mañana vas directo a la perrera.
Y así fue. Amaneciendo, sacó a Martín a rastras, de un golpe lo subió al remolque ante la asustada mirada de Prada que sentía que no volvería a ver a su hermano jamás. No había tregua, ni un minuto le había dado su dueño para despedirse de él. -Perrera...Dónde estará ese lugar?

Prada comenzó a sentirse angustiada y deprimida, le pesaba la soledad de las noches oscuras, echaba de menos el lomo de Martín que le hacía de almohada  y su corpulenta alzada que la protegía cada día.  Tenía a sus compañeros de reala a los que conocía desde siempre pero no era lo mismo, ya no quería correr y cazar no le parecía un juego divertido, lo hacía como una obligación para mantener contento a Evaristo. Una infelicidad enorme la  invadía y le acompañaba ya en su corta existencia. Eran demasiados los que se iban para nunca volver y comenzó a darse cuenta de que un día, ella podía ser la siguiente. Le obsesionaba encontrar a su hermano y soñaba con volver a correr juntos por el campo, soñaba con un, arco iris donde los galgos galopaban en libertad…
Era una galga inteligente, que sabía pensar por sí misma y sin que nadie se diera cuenta había aprendido muchísimas cosas, apenas había cumplido un año pero ya sabía lo suficiente como para darse cuenta que mejor vivir libre que seguir encadenada a aquel zulo con un cazador del que nunca había recibido una palabra amable, más allá de la palmada en el hombro por las dos liebres que había logrado cazar desde que había empezado la temporada.

Maño, el galgo viejo y sabio que había vivido siempre allí le había dicho que cuando llegara el frío el galguero tardaría en volver. Ese año y aunque Prada no lo supiera aún, sería el de su suerte: Evaristo decidió pasar las navidades en canarias y dejó la reala a cargo de Ramón. El ayudante, que no era muy listo iría cada tres días a llevarles comida y agua y ellos no saldrían a entrenar durante dos semanas.
Era la noche de Navidad, les habían llevado comida por la mañana así que nadie volvería  en días, la puerta del chenil se había desajustado hacia un tiempo y nadie se había molestado en arreglarla,  las prisas y una repentina llamada al móvil en el momento en que Ramón se marchaba hicieron que olvidara echar el candado.
Ya entrada la noche acurrucada para mantener el calor Prada miraba fijamente el reflejo de la luna y pensó que quizás si brincaba  podría coger aquella bola brillante, se puso de pie y de un salto golpeó la puerta con las patas delanteras intentando alcanzar la luna.  La puerta se abrió repentinamente; aprovechando como trampolín unos bidones tirados en el terreno, tomó carrerilla y saltó por encima la enorme valla de tres metros. En menos que canta un gallo se encontró entre los olivos, el campo abierto era un espacio infinito y por primera vez desde que Martín se había ido se sintió libre

Durante días corrió y corrió, sin mirar atrás, hasta donde la llevaba el sol y durmió a cubierto del frio en tuberías y madrigueras de otros animales, cuando la niebla daba una tregua Prada le aullaba a la luna pidiendo que la guiara hasta la felicidad; tenía hambre, tanta que, aunque nunca los hubiera visto imaginaba unos enormes chuletones frescos esperándole en el próximo campo. Apenas se había topado con  alguna persona pero tenía miedo de acercarse, temía que la devolvieran al lugar de donde había salido.
Prada solo tenía un propósito, encontrar a su hermano. Pero ella desconocía la crueldad de una vida en la soledad de la calle, pasaban los días de vagabunda y su cuerpo se iba debilitando ante la escasez de comida, tan solo podía llevarse a la boca alguna carroña y lo poco que encontraba en la basura de los pueblos por donde pasaba.
Desorientada y aturdida, al límite de sus fuerzas deslumbrada por las luces aquella noche se acercó demasiado a la carretera. Un dolor agudo recorrió su delgado cuerpo, chillo y aulló sintiendo como si un cuchillo se hubiera clavado en sus costillas, a duras penas se arrastró hasta la valla y ahí sin poder dar un paso más se dejó caer en un sueño profundo, el cuerpo dejo de doler y pudo ver el arcoíris, a mama Serena ladrando y moviendo el rabo, a sus hermanos que no llego a conocer que jugaban como cachorros y a Maño el galgo viejo que contaba historias de caza, extendió la pata intentando alcanzarlos cuando el dolor volvió de repente, la luz del sol reflejaba una silueta humana, unos enormes ojos azules la miraban.  Una mano cálida y suave acariciaba su cabeza mientras le susurraba al oído, - ya paso pequeña, ya pasó.

Elena, era una persona buena que recogía muchos abandonados, a ella no le importaba lo enfermos que estuvieran pues mientras hubiera vida no escatimaría en fuerzas para salvarlos, ya había rescatado a muchos hermanos galgos. Como pudo tapó a Prada con una manta, la montó en su coche y la llevo a la clínica veterinaria. Prada había sufrido un atropello que le había dejado una pata rota, por suerte la rotura tenía solución. Prada fue operada con éxito  y con una larga recuperación podría volver a tener una vida normal
Elena la llevó a su casa, era  muy bonita, en medio del campo, había un montón de galgos que como Prada habían sido recogidos de la calle, cada uno con una historia diferente. Otros venían de la perrera, habían sido dejados allí por sus dueños. Cuando Prada oyó perrera una emoción escalofriante recorrido su cuerpo, era la segunda vez que escuchaba esa palabra, ahí, en ese sitio estaba su hermano; cómo pedirle a Elena que la llevara a buscarle? seguro ella conocía el sitio perfectamente.
En casa de Elena todos eran muy felices, dormían en sitios muy cómodos que llamaban sofás, era un lugar caliente, comían pienso rico y  cuando estaban muy delgados Elena hacia puchero de arroz con pollo. Prada aunque cojeaba bastante se iba recuperando y comenzaba a dar paseos cortos  por el campo y  aunque no podía correr aún y todavía tenían que quitarle aquellos molestos clavos, después de tres meses había mejorado bastante. Tras la segunda operación y poco a poco Prada comenzó a sentirse con fuerzas para correr, pasaba el verano y el campo estaba más bonito que nunca, salían al atardecer, los largos paseos y las carreras por la fresca hierba junto a sus compañeros de acogida hacían que Prada sintiera la libertad, sabia que era querida y arropada pero en el fondo de su corazón, añoraba a Martín. Poco a poco el verano llego a su fín  y con él  la recuperación de Prada.

Lo que le resultaba curioso, es que cada poco venían personas a la casa y se llevaban alguno de los compañeros galgos, otras veces acompañaba a Elena a alguna casa donde se quedaba el que iba con ellas, Elena lloraba cada vez, pero siempre decía en voz alta, como si eso la llevara al consuelo:- “Va a ser muy feliz”, y por alguna razón que Prada no lograba entender sentía que era cierto y que aquello a pesar del vacío que dejaba en Elena, era bueno.

Sentada en la cocina Elena hablaba por teléfono mientras Prada la observaba fijamente esperando que compartiera su desayuno, siempre caía algún trocito de pan con mermelada. De nuevo había llegado el frío, estaba nevando, iba a ser un día precioso de Navidad. Elena se vistió cogió la bolsa de viaje, puso a Prada el precioso martingale rojo y el abrigo que la abuela había hecho expresamente para ella y juntas montaron en el coche. Prada se hizo un ovillo tranquila en el asiento de atrás, acompañaría a Elena como tantas veces. Pasaron mucho rato en el coche, más tiempo que nunca, iban por carretera, muchos coches pasaban por ambos lados, pararon a comer en un pueblo donde Prada no había estado nunca y ya entrada la tarde llegaron al destino.
Elena aparcó a la entrada de un gran parque blanco, abrió la puerta del coche e invito a bajar a Prada, a pocos metros tres humanos y un galgo parecían esperarles.
Prada se sintió incomoda, intuía que algo estaba pasando, se refugió tras Elena y  pensó que si no miraba, todo aquello desaparecería. El niño se acercó se quitó sus guantes y  paso suavemente su mano por el lomo de Prada. Se sintió tranquila, reconfortada como si aquella mano le resultara familiar y solo entonces se atrevió a mirar, ya estaba lo suficientemente cerca como para reconocer ese barcino ceniza y plata, el olor de Serena paso por su ocio invadiendo su cuerpo y al acercarse el roce con la cabeza de aquel galgo fue el reencuentro con sus más bellos recuerdos. Sin duda era Martín, su hermano. Un estado de alegría y felicidad inmensa les transportó olvidando donde estaban, tanto que sus saltos asustaron a aquellos humanos que miraban sorprendidos tan espectacular encuentro.
Ajenos totalmente al acontecimiento que estaba teniendo lugar entre los dos animales, concluyeron con la burocracia de la adopción, mientras Prada y Martín seguían  deshaciéndose en juegos, lametones y cantos.

Y así instalada en su nueva casa ese 24 de diciembre, tumbada en la enorme cama junto a la ventana del jardín, Prada descansaba la cabeza sobre el pecho de su hermano y mirando al firmamento encontró una estrella que brillaba, allí vio a Serena que sonreía feliz,  y dio gracias a todos los hermanos quienes desde el cielo de los perros velan por el destino de todos los abandonados en la tierra.
Prada levantó la cabeza sobresaltada pensando que era un sueño…; pero no. Ahí a su lado estaba Martín más de un año después volvían a estar juntos y libres para siempre.

Volvió a mirar al cielo y entendió por fin que sin saltar había alcanzado su Luna, cuando ésta le devolvió un abrazo de interminable felicidad

"En homenaje e infinito agradecimiento a todas las personas que rescatan, acogen, adoptan, cuidan y sanan con cariño las almas de los abandonados". Gracias!

3 comentarios:

  1. Precioso, me habéis hecho reír y llorar a vez

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  2. Precioso... me he quedado sin palabras. Aún estoy disfrutando de la dulce emoción que dejan los finales felices. Enhorabuena a la escritora. Pensaré en el cuento en esos momentos en los que ya no pueda más con tanto dolor, que por desgracia son tantos en este cruel y maldito país, infierno de estos ángeles que nos tienen atrapadas. Enhorabuena a la escritora. Un abrazo

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