La otra.
Una epilepsia que se había controlando bien durante el último año, pero que empezó a despertar, como un volcán dormido y necesitaba una revisión urgente para reajustar en lo posible los fármacos que la contenían. Fecha establecida para revisión: domingo próximo. Todo a punto de solución pues, el sábado por la noche, Jim sufrió dos ataques, alarmantemente fuertes, y la noche se hizo demasiado larga. Al amanecer, otro ataque... No era normal, cada vez menos intervalo entre uno y otro. Leyre decidió bajar a sus otros peludos al pis matutino, antes que de costumbre y llevar a Jim a la consulta antes de la hora. No había tiempo que perder. Vuelta rápida, y al cruzar la calle miró su ventana y Jim, allí, subido en el pretil... Intentando mantener un pensamiento lógico, decidió no llamarle,no hablar a su perros, para evitar qeu reconociera voces o ladridos, correr hacia el portal, e intentar subir a tiempo para atraparle hacia atrás y evitar... Evitar lo inevitable.
Escaleras arriba, de dos en dos, de tres en tres... nunca un tercer piso parecía tan inalcanzable. Antes de llegar arriba, escuchó un ruido sordo... El sonido de la fatalidad.. No se paró; siguió subiendo ciegamente con la esperanza de que su imaginación humana siempre proyectara lo peor. Al abrir la puerta Jim no estaba en la ventana; dejó a los perros, cerró puerta, corrio escaleras abajo y ...
La inevitabilidad se impuso con su cara más cruel.
Jim estaba asustado, tenía pánico, aturdido por la enfermedad y atenazado por el miedo. En los cinco, siete minutos que estuvo solo, probablemente sufrió otro ataque más. El miedo de no encontrar a su familia en la casa, le hizo instintivamente buscar una salida. Jim tenia cataratas... solo veía una luz muy leve, y la luz era la calle, y en la calle estaba su familia, porque él les olía, estaban muy cerca. Jim no podía saber que detrás de la ventana no había un suelo. Detrás de ese fatídico hueco, él sólo sabía que encontraría el cariño que necesitaba para calmar su miedo, en este caso por la enfermedad.
La ventana, doble corredera, siempre estaba abierta, a la contra, con el fin de que entrase aire, pero ninguno de los revoltosos pudiera asomarse, ello no fue obstáculo para que Jim se abriera paso, probablemente, moviendo lo que pudo con el hocico porque no llegó a abrirla del todo, aunque sí lo suficiente para que su delgadito cuerpo de galgo se colara para siempre al infinito...
Para el anecdotario queda, la escena casi de película en la que, Leyre con Jim en el coche, intentaba cruzar desesperadamente la ciudad a 70 km/h, cuando una patrulla de la ertzaintza le bloqueó el paso y le hizo bajar del coche. No sabe de dónde sacó el aplomo para, entre porras, placas y cuatro tios amenazantes exigiéndole que levantara las manos y se identificara, de sus labios sólo salió: "por favor.. mi perro.. tengo que llegar... tengo que llegar, por favor... es mi perro, dejadme llegar.."
Conmovidos por la entereza de la chica, y después de comprobar que un perrillo tumbado, inmóvil, ocupaba la parte de atrás, dos patrullas hicieron de escolta, saltándose todos los semáforos hasta la consulta, al otro lado de la ciudad...Demasiado tarde para Jim,...; un poli lo tocó para sacarlo y puso la mano en el hombro a Leyre, negando con la cabeza y el gesto...
....
Jim no hubiera sobrevivido a las secuelas de los ataques; cada ataque dañaba un poco más su cerebro, la epilepsia había llegado a un punto en que ya no podía controlarse con fármacos y su destino era ya muy muy corto, lamentablemente.
Pero la tragedia de las caidas...(aunque quizás en este caso concreto , la caída no fue la causa principal de la muerte), sí puede evitarse tomando una medida relativamente sencilla.
Os dejamos esta excelente recomendación que hemos leído en el muro de Sandra Rodriguez, rescatadora, acogedora, rehabilitadora, amante y adoptante de galgos, a modo de manual para evitar sustos.
CONSEJO GRATIS.
Un consejo gratis para todos aquellos que trabajen, estén en contacto, acojan... Etc gatos o galgos.
Tanto los gatos como los galgos, tienen un riesgo enorme de precipitarse al vacío viviendo en una vivienda en altura. Y no es una exageración ni una locura.
Lo hacen por distintos motivos, al gato, como dice el refrán, lo mata la curiosidad y al galgo su velocidad.
foto: Lourdes Baque Ros |
El galgo, puede sentirse encerrado, o asustado y buscar una salida, o simplemente estar tranquilamente en la terraza y un ruido asustarle tanto que salte.
Por eso, con galgos, siempre ventanas y terrazas cerradas, hasta no estar bien seguros que el animal no va a tratar de escaparse y con gatos lo mismo y siempre, mosquiteras para evitar las caídas.
Y para quien piense que esto es una exageración, reto a todo el mundo que trabaja con gatos o galgos a que me digan quién no ha tenido o no conoce ningún caso de un galgo o gato precipitado al vacío, incluyo a veterinarios, a que nos digan si jamás han atendido animales con lesiones provocadas por esta razón.
(Sandra Rodríguez)